Alfonso Rojo: "Ni esta España, ni estos jueces, ni estos políticos, ni estos periodistas, son los míos"
  • hace 3 años
Con la mano en el corazón, los que lo conserven, hoy tenemos que preguntarnos qué clase de país, que mierda de sociedad, permite y contempla sin indignarse que en sus calles y plazas se aplauda, vitoree y rinda homenaje a un terrorista como Henri Parot, condenado por 39 asesinatos y sospechoso de haber participado en la muerte de más de 80 inocentes.

El rastro de terror de este malnacido, que ahora tiene 63 años y antes de cumplir los 70 estará tan campante en la calle, incluye atentados como el de la casa-cuartel de Zaragoza de 1987, que dejó entre los cadáveres destrozados los de cinco niños.

Cambiar de nombre a las cosas no modifica su naturaleza. Y desconvocar la marcha de Mondragón a favor de Parot, convocando aquelarres en apoyo del criminal en pueblos y ciudades del País Vasco, convierte la infamia inicial en una ignominia todavía más ofensiva.

Una afrenta para las víctimas de ETA y para todos los españoles de bien, a la contribuyen encantados el Gobierno Sánchez, el ministro Marlaska, el PSOE, el PNV y hasta jueces que no han tenido el valor y la decencia de coger el toro por los cuernos.

El mismo Sánchez que hace unos días corría histérico a convocar una comisión del odio por el ‘bulo del culo’, no ha movido un dedo para impedir el ensalzamiento del carnicero Parot.

Y los mismos jueces capaces de condenar a año y medio de prisión al Pequeño Nicolás, por hacer trampas en el examen de selectividad cuando tenía 18 años, se quitan los muertos de Parot de encima –y nunca mejor dicho-  argumentando que no puede presuponer que la orgía etarra en plazas y calles vaya a enaltecer el terrorismo ni humillar a las víctimas y que como los convocantes dicen que buscan la paz, la concordia y la reconciliación..., pues habrá que creerles.

Y en esas cadenas de televisión que nutre de millones el Gobierno Sánchez, se aplaude el ‘buen rollo’ y se apuesta por pasar página.

No hay que ser un lince para adivinar lo que estaría ocurriendo en las calles de España y lo que se estaría diciendo a estas horas en los medios de comunicación, si el homenajeado no fuera un psicópata etarra harto de asesinar inocentes en nombre del pueblo vasco, sino Carlos García Julia, uno de los ultraderechistas que en 1977 participó en el asesinato de cinco abogados comunistas.

Saben una cosa: ni esta España, ni estos jueces, ni estos políticos, ni estos periodistas, son los míos.
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