Casey Currie come, sueña, vive y respira los deportes del motor, sobre todo si hablamos de competiciones cross-country. Procedente de una familia de amantes de la velocidad, se subió a su primera moto a los 5 años de edad y tomó la salida de su primera carrera en pickup a los 16. Desde entonces, ha recorrido los Estados Unidos de arriba abajo, ha construido todo tipo de motores y ha acabado enamorándose de la categoría UTV y, claro está, del Dakar. Sin embargo, su primera aparición se saldó con una gran decepción. Con cierto exceso de confianza, habida cuenta de la magnitud del desafío, se vio obligado a contentarse con la 4ª posición, en lo que supuso todo un fracaso para este piloto de una ambición insaciable. Sobre todo, no había química entre el estadounidense y su copiloto español Rafael Tornabell. Y lo que es peor: cada jornada se convirtió en un calvario para la comunicación. Los infinitos errores de navegación llevaron al piloto a asociarse con el sudafricano Sean Berriman, un rostro habitual en el Dakar que, además, presentaba la ventaja de vivir en Las Vegas, cerca de su compañero de equipo. Se entendieron bien desde el principio y, en su primera colaboración, se impusieron en el Rally de Marruecos. Ahora solo le queda subirse al escalón más alto del podio del Dakar con su nuevo CanAm.


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