"Bye bye" a las cicatrices del acné

  • hace 6 años
Madrid, 13 dic (efesalud.com). Casi seguro que el acné apareció de repente en tu cara durante la adolescencia, los expertos dicen que le sucede al 85% de los jóvenes, y casi seguro que todavía puedes encontrar en tu rostro alguna señal de aquellos días desoladores, cuando el mundo se te caía encima al mirarte al espejo cada mañana antes de ir al colegio o al instituto.

Los granos, reflejo enfermizo de un folículo de pelo y su glándula sebácea, miden entre 2 y 3 milímetros de diámetro y tienen forma de comedones abiertos y cerrados –puntos negros y bultitos de grasa-, de pápulas -sin pus-, pústulas -con pus-, nódulos -durezas- o quistes -lesiones redondas con sustancias que pueden ser malolientes-.

La mayor producción de hormonas aumenta la cantidad de sebo y este sebo se sobreinfecta secundariamente iniciando un proceso inflamatorio que desemboca en la formación de las lesiones llamadas de acné. Su intensidad varía de un joven a otro y de una joven a otra.

Aparecen en torno a los doce o trece años de edad en las mujeres y hacia los catorce o quince en los varones. En esta etapa de crecimiento, debido a la formación de la personalidad, el acné puede conllevar, además, cierta pérdida de autoestima y algún grado de dificultad en las relaciones sociales.

Muchos chicos y muchas chicas dejan atrás sus granos y espinillas cuando alcanzan la etapa inicial de la edad adulta; pero una parte de ellos y de ellas, como María Díaz, los arrastran a diario por la universidad o en su ámbito social, incluso por el mundo laboral, sin apenas vislumbrar un remedio definitivo.

“Imagínate el complejo que tenía con los granos que decidí liquidar este asunto con el fármaco ‘Roacutan’ (isotretinoína) que me recetó el médico; y eso a pesar de sus efectos secundarios. Fueron seis meses de tratamiento interminable. Aún así, en mi barbilla, en mis pómulos y en mis mejillas se quedaron las huellas del maldito acné”, describe esta joven, publicista de profesión.

Durante su pubertad, María había llegado a taparse la cara con el pelo, se había maquillado mucho más de lo estrictamente necesario o se había puesto pañuelos para cubrir parte de su rostro; y ahora ya no estaba dispuesta a seguir conviviendo con esos malos recuerdos de por vida.

“Físicamente me había resultado algo muy molesto y doloroso. Siempre tenía la tendencia a rascarme o explotármelos, lo cual aumentaba el número de granitos y, lo que es peor, el número de cicatrices. Las espinillas llegaron a condicionar mi rendimiento escolar y se convirtieron en una barrera social“, apunta.

María vivió atormentada en aquellos días de burka social.

“Los chicos a esas edades se fijan mucho en el aspecto físico y en no pocas ocasiones se burlan de tus granitos o te machacan la moral contando cicatrices”, señala.

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