El teniente médico de "Los últimos de Filipinas"

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Lecrín (Granada)/Madrid, 22 ene (efesalud.com). El general médico Manuel Guiote Linares, jefe de la Brigada de Sanidad del Ejército de Tierra, solicita en este vídeoblog la Cruz Laureada de San Fernando "a título póstumo" para el teniente Rogelio Vigil de Quiñones, médico militar a quien se le negó este honor en un Consejo de Guerra a finales del siglo XIX por el hecho de sufrir sus heridas de metralla "mientras rezaba el rosario" en la iglesia de Baler, último bastión del imperio español en ultramar que defendió durante 337 días junto a los 50 cazadores de su destacamento, héroes conocidos como "Los últimos de Filipinas".

Tras un acto de homenaje dedicado a su "brillante" pasado militar y a su buen hacer como médico rural celebrado en la localidad granadina de Lecrín el 14 de diciembre de 2015, donde además se recordó su vida notable con una ofrenda floral, una placa conmemorativa y las preceptivas salvas de honor, el general de la BRISAN, Manuel Guiote, destacó que la historia "persiste en mantener esta injusticia".

"Yo creo que un teniente médico que sufre una herida grave mientras permanece en una posición sitiada, aunque sea rezando el rosario, forma parte de una acción de guerra; máxime cuando repele con su arma reglamentaria los ataques de los filipinos en otras refriegas o se cura así mismo la herida en su costado utilizando un espejo pequeño", argumenta.

Rogelio Vigil de Quiñones se mantuvo irreductible en la ermita de Baler desde el 30 de junio de 1989 al 2 de junio de 1899, como todos sus compañeros.

"Estos soldados no se creían que España se hubiera rendido y hubiera abandonado la isla de Filipinas. Ellos se mantuvieron firmes", apunta el general Guiote.

Les costó innumerables penalidades y 19 muertes, incluidas las de su comandante, el capitán De las Morenas, y las del teniente Alonso Zayas o el cura.

Todos los soldados parapetados tras los muros estaban desnutridos hasta los huesos, cuando no heridos, y la mayoría enfermaron de Disentería o Beriberi, dos enemigas silenciosas que estaban favorecidas por las pésimas condiciones higiénicas, la falta de ventilación y la humedad asfixiante en el interior de la iglesia.

Según describió el otro teniente que sobrevivió al asedio, Saturnino Martín Cerezo, el beriberi "comienza su invasión por las extremidades inferiores, que hincha e inutiliza, cubriéndolas con tumefacciones asquerosas, precedida por una parálisis extraordinaria y un temblor convulsivo, va subiendo y subiendo como el cieno sobre los cuerpos sumergidos y cuando alcanza su desarrollo a ciertos órganos, produce la muerte con aterradores sufrimientos".

Esta falta de vitamina B o vitaminosis, que Vigil de Quiñones sobrellevó sin queja médica, se solucionó, en parte, por una de sus magníficas ideas.

"Mantener la posición se debe a múltiples factores, pero los hechos reflejan que hubo uno determinante: el teniente médico conocía las vitaminas, aunque no supiera exactamente para qué servían. Lo que sí percibía era que tenían un efecto sanador frente a las enfermedades", señala.

"Un grupo de cazadores sale de la iglesia y realiza una acción de descubierta -reconocimiento del terreno para observar si hay enemigos-. Recolectan semillas de calabaza y las plantan en un pequeño huerto aledaño. Las hierbas consiguen que los soldados españoles no sigan pereciendo por beriberi, manteniendo sus fuerzas", concluye.

El teniente médico Vigil de Quiñones, natural de Marbella (Málaga), aunque estudió en Granada y desarrolló su profesión en las localidades de Talará y Chite, "además de un magnífico militar, era una buena persona y un buen médico, muy conocedor de su profesión", opina el general Guiote.

Este médico y militar, malherido, atendió en todo momento a los soldados españoles y al párroco, ya estuvieran enfermos o heridos; incluso cura a los heridos del bando insurrecto.

"Y digo que cura heridos del enemigo porque al enemigo no se le trata, solo se atienden heridos del enemigo en los momentos de tregua", aclara.

Para el general médico Manuel Guiote Linares, todos estos hechos demuestran que el tribunal del Consejo de Guerra, apoyados en el Fiscal, quien enfatizó en que Vigil de Quiñones sufrió la herida mientras rezaba, "cometió una injusticia" que se debe reparar lo antes posible.

"Este teniente médico se merece el honor de poseer la Cruz Laureada de San Fernando, aunque sea a título póstumo", sostiene.

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