TANGUITO - EN LOS FESTEJOS DÍA DE LA PRIMAVERA 1967 - DIFILM ARCHIVO ARGENTINA
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TANGUITO - EN LOS FESTEJOS DÍA DE LA PRIMAVERA 1967 - DIFILM ARCHIVO ARGENTINA

Tanguito nació como José Alberto Iglesias el 16 de septiembre de 1945 y murió atropellado por un tren a la altura de Puente Pacífico el 19 de mayo de 1972, minado por el efecto de los electroshocks. En el medio, pasó por lugares clave de los años fundacionales del rock argentino (La Cueva, La Perla de Once, Plaza Francia) y compuso algunas canciones que lo trascendieron. El éxito de La balsa (que firmó junto a Nebbia) lo desestabilizó y potenció su costado autodestructivo. El consumo de drogas (sobre todo anfetaminas) lo arrastró a comisarias, a la cárcel de Devoto e, incluso, al Borda. Al poco tiempo de sus detenciones e internaciones, Tanguito era un zombie que cuando podía se escapaba a la casa de sus padres, en Caseros. En una de esas fugas murió.

Un álbum publicado post mortem en 1973 cristalizó el mito, un mito extraño, de la época del rock ghetto. El mito fue aprovechado por la pésima película Tango feroz, de Marcelo Piñeyro, éxito de 1993 que despertó una fiebre revisionista que, sin embargo, no alcanzó a revelar la dimensión artística de Tanguito. Los elementos eran escasos: un simple de 1968 (La princesa dorada / El hombre restante). el álbum póstumo (en realidad, unas tomas caóticas y despojadas en los estudios TNT), testimonios orales y no mucho más.

Ahora apareció el eslabón perdido. El documento es formidable: una serie de grabaciones realizadas el 20 de octubre de 1967 que, cuenta el periodista Pipo Lernoud en el iluminador texto que acompaña la edición, muestra el mejor momento de Tanguito: en julio de ese año había salido La balsa por Los Gatos y todos buscaban al coautor del tema. En meses RCA pondría a su disposición la orquesta de Horacio Malvicino para grabar La princesa dorada.

Pero ahora ahí está él, solo con la guitarra. Encabeza cada toma con el título de la canción y, en dos oportunidades, la antecede con la frase "Yo soy Ramsés" (Ramsés era como quería que lo llamaran; el apodo de "Tanguito" tenía un origen peyorativo). Hay temas que confirman y temas que revelan. Lo primero que sorprende es el ritmo de la mano derecha de su guitarra; un ritmo machacante, por momentos anfetamínico por decirlo de alguna manera, y en otros hipnótico. Maneja pocos tonos, pero con un extraordinario swing de juglar rocanrolero. Sobre esa guitarra cabalga una voz desgarrada. Como un cante jondo del conurbano bonaerense, Tanguito quiebra su voz de dolor con una entonación que muerde banquina y derrapa. Esa manera de cantar sin red sugiere ahora, 42 años después de la grabación, al menos honestidad.

Hay dos canciones propias que destacan: la maravillosa Sutilmente, a Susana y No vuelvas, dos amores no correspondidos envueltos en ese fraseo de quejido viril. Las temáticas no se corren del espíritu de la época y ahora se escuchan algo cándidas: el pacifismo (El hombre restante, con letra de Javier Martínez; Lo inhumano), el anticlericalismo (Vociferando) y la crítica general al sistema. El disco se escucha emparentado con el espíritu de 30 minutos de vida, de Moris, también concebido por esos días. De hecho, Tanguito versiona la enorme Yo no pretendo (Esto va para atrás) y Soldado, canción de la época de los Beatniks. Completan Yo soy Ramsés la conocida Amor de primavera y La historia de un muchacho (Billy el náufrago).

Hay algo que emociona en Tango, aún hoy. Es la desolación de la voz, sí, pero también algo que tiene que ver con la verdad. O quizás todo lo contrario: con el misterio. Hay algo inasible en Tanguito, que jamás vamos a poder conocer. ¿De dónde venía, realmente, esa voz, ese modo de cantar? Yo soy Ramsés no deja de ser un eco espectral, y sigue perturbando.

FUENTES : CLARÍN.COM
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